El Visitante del Jardín

Fue un crudo invierno. Parecía que la fría presencia que cubrió el jardín no terminaría nunca, aunque el invierno no llegó a vestir este rincón con el blanco manto de la nieve, sí lo hizo con la transparencia y brillos de los cristales del hielo, que en las noches se posaban sobre las plantas, y que al inicio del día reflejaban los primeros rayos del sol como prismas de una gran lámpara en un lujoso salón, bonito, pero aun así frío. Este hielo fue poco a poco quemando las plantas y alejando la vida del jardín.


Pero eso fue antes. Hoy, la primavera llegó otra vez a al jardín, hacía dos semanas, lo recordaba bien, y con ella temperaturas más cálidas a las que respondieron rápidamente las plantas. Tallos secos se llenaron de pequeños brotes, plantas de hojas amarillas empezaron a vestirse de diferentes tonalidades de verdes, mientras que botones con promesas de flores empezaron a llenar a la mayoría de las plantas.

En pocos días ese espacio lleno de verdes sufrió una explosión de colores y olores: blancos, rosas, lilas, rojos, naranjas, amarillos, azules, entre otros…

En pocos días ese espacio lleno de verdes sufrió una explosión de colores y olores: blancos, rosas, lilas, rojos, naranjas, amarillos, azules, entre otros; no importaba la planta, fuera el durazno o jacaranda, las falsas salvias o margaritas, bugambilias y lavandas u otras, todas aportaban algo en ese colorido y aromático mundo.

Con esto el jardín se llenó de vida, de actividad. Abejas zumbaban entre las flores, acompañadas por algunas avispas y pequeños escarabajos; pero quien alegraba la primavera, el calor y la alegría de su vida, era un colibrí, el que con sus brillantes colores y su agitado vuelo no dejaba de visitarla para libar su más bella flor, esa flor que ella pensó nunca más volvería a abrir sus pétalos ni aceptar visita alguna y hoy era sólo para esa hermosa ave, a la que esperaba con ansia.

colibrí libando una flores

Todo iniciaba con el zumbido intenso del batir de las alas; de ahí los gráciles y ágiles movimientos que hacía para penetrar en lo más profundo de la flor sin causar daño en los sensibles pétalos y hábilmente obtenía ese elixir que en cada visita le regalaba su bella flor, el más dulce de los néctares, ese que una vez probado no sé podía dejar, no se podía olvidar, y era el motivo para retornar a ella cada día. Cada visita de este maravilloso ser estaba llena de agradecimiento, pinceladas de intenso placer bordadas de profundos suspiros que ella no pensó volver a sentir. Su jardín latía y le mostraba lo lejos que estaba el invierno de éste, su rincón.

Si te gusto este escrito tengo la versión virtual del libro “Con la crin al viento y otras historias” que tiene 14 historias más para que las disfrutes.